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    El Lado Oscuro de Susana - Parte 12

    Joss apenas durmió el resto de la noche. Estaba excitado y nervioso. No dejaba de darle vueltas al hecho de que Susana iba a permitir que la acompañase en público. ¿Como debería comportarse?, ¿Estaría a la altura de su Ama?

     

    La idea de fallarle, de hacer algo incorrecto y traicionar la confianza que su Señora estaba depositando en él le obsesionaba. Pero, pese a su miedo por fallar, se sentía excitado. Su pene estaba furiosamente erecto. Por primera vez en semanas, por primera vez desde que se entregase a ella, Susana le correspondía.

     

    Aquella salida era más importante de lo que pudiese imaginar. Su Señora le daba la oportunidad de demostrar su devoción y su saber estar. En público, a la vista de todos, él debía demostrarle a Susana que no se había equivocado, que él era su esclavo y que estaba a la altura del honor recibido.

     

    Pensando en todo esto, oyó el zumbido del despertador. Se levantó de la cama, se duchó y se preparó para salir. Entonces se dió cuenta que necesitaba orinar. Normalmente pediría permiso a su Ama para ello, pero sabía que era muy temprano. Susana todavía dormiría y él no tenía ningún derecho a despertar a su Ama por algo tan insignificante como sus propias necesidades.

     

    Se dijo que pediría permiso a Susana cuando ésta se hubiese despertado, ya en su casa. Así que salió de casa, recogió la limousina que su Señora había alquilado a su nombre y se dirigió a su casa.

     

    Durante todo el camino se sintió nervioso, sabía que aquello era un examen que no se podía permitir suspender. En las últimas semanas Susana se había convertido en el epicentro de su existencia, en su única Diosa. Sólo vivía para satisfacerla y ahora tenía la oportunidad que había estado esperando, una oportunidad para demostrarle que él era su esclavo más devoto.

     

    Como le pasaba siempre que sentía a su Ama cerca, Joss sufría una furiosa erección constante desde que se despertó por la mañana. Sentía el pene dolorido, atrapado dentro de los pantalones y calzoncillos.

     

    Lentamente, con mucho cuidado, abrió la puerta del ático de Susana. Por un momento sintió una mezcla de euforia y excitación tan intensa que por un instante temió eyacular. Estaba allí, en la puerta de su Señora, disponía de llave propia. Su Ama le había otorgado tal confianza, le tenía en suficiente estima como para entregarle las llaves de su casa.

     

    Con suma suavidad cerró la puerta tras él. No quería despertar a Susana antes de tiempo, su Señora debía descansar todo el tiempo que él pudiese conseguirle.

     

    Joss se dirigió a la cocina. Prepararía el desayuno para su Señora mientras ella apuraba los últimos instantes de sueño. Recordaba perfectamente lo que Susana había elegido cuando él le preparó el desayuno la vez anterior, así que lo preparó todo con extremo cuidado: preparó café, tostó pan, rellenó dos recipientes con leche, uno caliente y el otro fría, en dos pequeñas bandejitas colocó mantequilla y mermelada de varios tipos. Mientras él estuviese cerca, su Señora sería servida en bandeja de plata, jamás debería recoger los alimentos de su vulgar tarro original.

     

    Tras disponer todo sobre la mesa, Joss se dirigió hacia la habitación de Susana. La puerta estaba entornada y él la empujó un poco. En penumbra distinguió el bulto que formaba el pequeño cuerpo de Susana. Se quedó observándola unos segundos. Su pene ardía furiosamente. Allí estaba su Diosa, durmiendo plácidamente. Y él se dijo que así sería siempre, él se encargaría de que su Señora jamás fuese perturbada.

     

    Lentamente se dirigió hacia la ventana y la abrió un poco. Los primeros rayos de sol iluminaron el pelo de Susana. Joss no podía describir el amor que sentía por ella. Haría cualquier cosa por esa mujer. Una vez Susana le había dicho que no esperase sexo de esta relación. Ahora, viendola dormir, Joss estaba seguro de que nada le podía importar menos que el sexo.

     

    Había jurado no eyacular hasta que ella se lo permitiese y cumpliría su palabra. No le importaba si no volvía a eyacular jamás, estar cerca de su Diosa, poder adorarla, era todo lo que él necesitaba.

     

    Abrió un poco más la ventana y Susana comenzó a moverse lentamente, hasta que al final se colocó boca arriba y abrió los ojos. Joss miró su pequeña carita y su pelo alborotado y sintió como su pene se endurecía furiosamente más y más. Susana era su Diosa, su Señora y verla recién levantada era un honor que dudaba pudiese merecer.

     

    El hombre se arrodilló frente a la cama y susurró "Buenos días, Mi Señora". Susana se incorporó y se sentó en el borde de la cama. Joss observó su largo camisón, que sólo dejaba a la vista sus delgados tobillos y sus pequeños y perfectos pies. "Mi señora" dijo Joss "Permitidme deciros que, recién levantada, poseéis una belleza deslumbrante".

     

    ***

     

    Susana sonrió levemente sabiendo que su esclavo no la vería, pues estaba arrodillado y mirando sus piececitos. Ante aquel delicado piropo, Susana se estremeció. Sabía perfectamente que no era una mujer especialmente hermosa, pero sí sabía que muchos hombres la encontraban atractiva. No obstante, la devoción que sentía aquel hombre por ella hacía sentir muy especial.

     

    Por un instante pensó en como sería dejar que Joss la penetrase, la abrazase con sus brazos fuertes. Había visto su pene, era grande y hermoso, pensó en sentir su pequeño sexo dilatarse para recibirlo.

     

    Pero descartó todas esas ideas. Cada vez tenía más claro que Joss era el esclavo que había esperado siempre. Pero también sabía que para que llegase a serlo, ella debía entrenarlo y guiarlo. Debía mostrarse inflexible hasta llegado el momento.

     

    Se levantó y sintió el suave olor al café recién hecho que emanaba de la cocina. Sonrió pensando en cómo Joss no dejaba de sorprenderla.

     

    - Me encanta el olor del café recién hecho, Mascota mía. - Dijo distraídamente mientras se dirigía hacia el salón donde Joss había dispuesto el desayuno. Se sentó a la mesa y comenzó a desayunar tranquilamente.

     

    ***

     

    Las palabras de Susana todavía resonaban en sus oídos. La había complacido, había complacido a su Diosa. Pletórico, Joss la observó caminar hacia el comedor y comenzar a desayunar. Entonces recordó que todavía tenía labores que atender.

     

    Primero abió las ventanas para ventilar ha habitación. Después se giró hacia la cama. No podía permitir que su Señora durmiese dos días seguidos con las mismas sábanas, así que procedió a deshacer la cama y meter las sabanas en el cubo de la ropa sucia del baño.

     

    Sacó sábanas nuevas de un armario y, de otro, sacó la tabla de planchar y la plancha. Su Señora dormiría siempre en sábanas recién planchadas, así que comenzó a planchar las sábanas.

     

    Tras algun rato, mientras todavía panchaba las sábanas, Susana terminó de desayunar y se metió en el baño. Poco después Joss oía el correr del agua de la ducha.

     

    Joss terminó de planchar e hizo la cama, después recogió y fregó los objetos usados en el desayuno de Susana. Tras hacer todo ésto, se dirigió a la habitación de Susana y se quedó de pié junto a la puerta, esperando a Su Señora.

     

    Cuando finalmente la puerta del baño se abrió, Joss observó a Susana y quedó extasiado, como siempre le pasaba, con su serena belleza.

     

    Susana nunca intentaba vestir sexy. Antes bien, parecía intentar hacer todo lo contrario. Joss obsevó sus zapatos planos, sin medias, su falda larga hasta medio muslo y su jersey ligeramente ajustado que se abultaba suavemente sobre sus pequeños pechos.

     

    Susana no se había maquillado, como no había hecho nunca desde que Joss la conocía. Tampoco había prestado especial atención a su peinado, apenas se lo había arreglado y recogido en una cola de caballo.

     

    Pese a ello, Joss siempre pensaba que aquella mujer emanaba elegancia, un estilo serio que conseguía resaltar todo lo hermoso que tenía aquella diminuta mujer.

     

    Finalmente, Joss se dió cuenta sorprendido de que Susana llevaba un anillo. Nunca la había visto lucir joyas, excepto la discreta alianza de bodas. Pero ahora, en el lugar donde normalmente lucía la alianza, Susana tenía un recargado anillo. Parecía hecho de hierro fundido, parecía pesado y antiguo. El aro que rodeaba su dedo estaba grabado con complicados dibujos y en la parte superior había un extraño símbolo.

     

    - Es hora de irnos, mascota. - Dijo Susana suavemente.

    - Mi Señora - Dijo Joss casi en un susurro. - Le ruego me perdone, pero debo pedirle permiso para orinar.

    - No es momento ni lugar, mastoca. - Susana hablaba distraídamente mientra recogía su bolso. - Vámonos.

     

    Y hechó ha andar hacia la puerta. Joss, sintiendo como la necesidad de orinar se tornaba muy intensa, la siguió dócilmente.

     
      Posted on : Nov 1, 2012
     

     
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