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    El Lado Oscuro de Susana - Parte 09

    La pequeña grieta en su armadura resultó ser más grande de lo que la propia Susana podía imaginar. La pequeña Susana, esa parte de ella inocente y enamoradiza aprovechó la grieta para invadir a su otra mitad.

     

    Así, ese ligero calor que había sentido en el vientre cuando Joss contuvo su eyaculación de aquella manera, se tornó en atracción. Susana miró el cuerpo de Joss, fuerte y marcado, sin llegar a esa desagradable hinchazón fruto del exceso de gimnasio.

     

    Por primera vez, ansió acariciarlo. La pequeña Susana, notando como su otra mitad cedía, gritó. Gritó que lo tocase, que acariciase a aquel cuerpo joven. Pero su parte dura y estricta no iba a ceder tan fácilmente.

     

    Pensó que ya antes había tenido esclavos atractivos físicamente, y ninguno había dado la talla. Susana miró entonces el pene de Joss, duro, cubierto de líquido preseminal y recordó cómo había evitado eyacular, cómo había estado dispuesto a irse voluntariamente al darse cuenta de como la había ofendido anteriormente.

     

    Sus excusas ya eran débiles, sabía que debía conceder a Joss una oportunidad. Podía llegar a ser su esclavo ideal, pero debía permitirle demostrarlo.

     

    Así, Susana decidió que le daría una oportunidad. Por fin, después de años de búsqueda, alguien había demostrado que quizá, sólo quizá fuese el elegido.

     

    Susana pensaba así mientras miraba a Joss, firme, frente a ella. Sin darse cuenta, la que pensaba así no era la Susana pequeña y asustadiza. Tampoco era la Susana dura y estricta. Ya sólo había una Susana, la unión de las dos Susana que pugnaban, una por encontrar al esclavo ideal y la otra por no hacerlo, convencida de que no existía y que cualquier cesión al respecto redundaría en dolor.

     

    ***

     

    Joss pudo ver como la expresión de la deliciosa carita de Susana se suavizaba ligeramente. La mujer alargó su pequeña mano y la colocó sobre el pecho de Joss.

     

    Joss sintió el calor de la manita de Susana, sintió aquel contacto como una descarga eléctrica. Su pene dio varias sacudidas y su cuerpo se cubrió con carne de gallina.

     

    Sólo por aquel contacto, pensó Joss, habría dejado que Susana le azotase los testículos durante días. Llegado a este punto Joss sabía que aquel contacto, por leve que fuese, era todo lo que deseaba de Su Señora.

     

    - Ahora debes irte - Dijo Susana en un susurro.

     

    El corazón de Joss dio un vuelco, lo primero que pasó por su cabeza fue que había fallado. Había cometido algún error. No podía ser, no después de todo. No ahora, después de sentir el tacto de la palma de la mano de Susana.

     

    La mujer disfrutó durante unos segundos del horror que la cara de Joss mostraba. Entonces apartó la mano de su pecho.

     

    - He decidido - dijo mirándole a los ojos - que a partir de este momento serás mi mascota.

     

    Joss la miró sin poder dar crédito a lo que había oído. Su primer impulso fue preguntar si había oído bien, pero tuvo miedo de que así fuese, de que hubiese oído mal.

     

    Ser la mascota de Susana le pareció un sueño inalcanzable. No se planteó lo que aquello significaba ni lo que tuviese que hacer, sólo se planteó una cosa: Su Señora estaba satisfecha con él. Si había decidido nombrarle su mascota, significaba que había hecho algo bien, que la había complacido.

     

    Era todo lo que importaba. Su Señora, Su Diosa, había sido satisfecha por él. Pero... ¿y si había oído mal?

     

    - Serás mi mascota - repitió Susana como si pudiese leer las dudas en la mente de Joss.

     

    El chico sintió que una emoción le embargaba, se sintió al borde del llanto.

     

    - Mi Señora - dijo emocionado - es un honor que no puedo merecer.

    - He considerado que puedes alcanzar esta categoría. - Dijo Susana. - Pero el merecimiento lo deberás ganar a partir de ahora, segundo a segundo.

    - Mi Señora - comenzó Joss, y se arrodilló frente a ella - Juro que seré merecedor de usted. Juro que moriré antes que defraudarla otra vez.

    - Debido a tu grave ofensa - Susana habló al tiempo que le puso la mano sobre la cabeza - no tienes margen de error. No me importa el tiempo que seas mi mascota, ni lo excepcionalmente bien que lo hagas, un fallo, por leve que sea, te costará la expulsión. - Joss bajó la cabeza y miró los pequeños zapatitos de Susana, mientras ésta le acariciaba el pelo. - Deberás esforzarse 10 veces más que cualquier otro, para conseguir sólo una décima parte.

     

    Joss levantó la cabeza y la miró a los ojos.

     

    - Trabajaría 100 veces más, para no conseguir nada, Mi Señora. Sólo conque usted me lo ordene.

     

     

    Susana no dijo nada, solo le observó. Le observó y supo, de alguna manera, que era totalmente cierto. Aquel esclavo haría cualquier cosa por ella.

     

    Entonces dio un paso atrás y se puso muy recta, con los brazos cruzados sobre el pecho.

     

    - Levántate. - Dijo y observó como lo hacía y se ponía firme frente a ella. - Tu cuerpo por completo me pertenece.

    - Sí, Mi Señora.

    - Eso significa que no puedes tocar ninguna parte de tu cuerpo sin mi permiso expreso.

    - Sí, mi Señora.

    - Ahí - Susana señaló una mesita de noche donde Joss vio una tarjeta - tienes mi teléfono privado.

    - Sí, Mi Señora.

    - Ese teléfono será tu contacto con la libertad. Siempre que necesites hacer algo, deberás pedirme permiso con un mensaje.

    - Sí, Mi Señora.

    - Si necesitas orinar, deberás pedirme permiso. Si necesitas ducharte, comer, ir al gimnasio... hasta rascarte. Deberás pedirme permiso y yo te lo daré o no.

    - Sí, Mi Señora. - Joss imaginó su vida controlada por Su Señora, cada instante y cada momento. Y la idea le excitó. Susana era Su Señora, Su Diosa, vivía por y para ella. Así que parecía lógico entregarse por completo.

    - Ten en cuenta que he dicho cualquier cosa que "necesites". Molestarme solicitándome una trivialidad será considerado una falta.

    - Sí, Mi Señora.

    - En el trabajo todo seguirá igual, pese a sentarnos uno al lado del otro, hasta ahora apenas teníamos relación. Nada ha cambiado. Si noto la más mínima variación en tu comportamiento, será considerado una falta. Sólo una nota. Como mi mascota, jamás deberás ir delante de mí. Si coincidimos en un pasillo, en el comedor, en la calle, o donde sea. Siempre deberás estar un paso detrás de mí.

    - Sí, Mi Señora.

     

    Entonces Susana se volvió, caminó hasta un pequeño armario, lo abrió y volvió con una pequeña caja negra. Se la tendió a Joss, que la cogió y la abrió. Dentro había varios aros vibratorios.

     

    - Al levantarte por la mañana, lo primero que harás será colocarte dos. Uno en la base del pene y el otro alrededor del glande. A lo largo del día los aros están programados para vibrar aleatoriamente, variando la intensidad y la duración de la vibración. Al acostarte podrás quitártelos, quiero que puedas descansar en condiciones.

    - Sí, Mi Señora. - Joss miró los aros y pensó en los que había llevado la noche anterior. Llevarlos todo el día sería realmente duro, ir a trabajar con ellos, implicaría mantener la erección constante.

    - Por supuesto, no hace falta que lo remarque, pero tu principal prohibición es eyacular. Si eyaculas, todo habrá terminado para ti.

    - Sí, Mi Señora.

    - Ahora colócate dos aros - Dijo Susana y se mantuvo firme observándole hasta que se los hubo colocado.

     

    Una vez puestos, Joss sintió la presión que ejercían sobre su pene. De forma inmediata, uno de ellos, el que ahorcaba su glande, comenzó a vibrar. Su pene se endureció repentinamente. Joss sintió que eran bastante más intensos que los de la noche anterior.

     

    - Ahora vístete - Dijo Susana.

     

    Joss lo hizo. Una vez vestido notó como los aros vibraban juntos unos segundos, antes de apagarse. La sensación era desagradable, vestido, con el pene erecto y aplastado por los tejanos y la ropa interior y con los aros vibrando de tanto en tanto.

     

    Pero al mirar a Susana Joss disfrutó de la experiencia. Aquella desagradable sensación estaba satisfaciendo a Su Señora. Y eso era más que suficiente.

     

    - Antes de irte - Dijo Susana - Tengo un pequeño obsequio para ti. - La mujer sacó una caja de zapatos vacía de un armario y la colocó en el suelo.

     

    Joss la miró expectante y nervioso. ¿Un regalo?, ¿Su Señora le iba a ofrecer un regalo? Nuevamente se sintió emocionado, el orgullo que sentía por servir a Susana, y por haberse hecho merecedor de aquello casi le hizo llorar.

     

    Susana se puso firme frente a él, con las manos a la espalda y los pies muy juntos.

     

    - Arrodíllate frente a mis pies, mascota.- Dijo muy seria.

     

    Joss lo hizo inmediatamente, se arrodilló frente a ella y colocó las manos junto a sus pies, sin tocarlos. Miró los pequeños zapatos tipo "manoletina" e imaginó los piececitos que había dentro. Los pies de Su Señora, sólo por poder mirarlos a aquella distancia, Joss pensó que estaría dispuesto a no eyacular nunca más.

     

     

    Entonces Susana puso una mano sobre su cabeza ligeramente. Y, con un suave y lento movimiento de sus pies, se descalzó. Joss miró los zapatos vacíos colocados justo donde antes estaban los pies de Susana. Y miró los pies de Susana, colocados detrás de los zapatos muy juntos.

     

    El pene de Joss se endureció furiosamente y empujo con violencia contra su ropa interior. Tan fuerte que le dolía. Miró los diminutos pies de Susana, pequeños como los de una niña y cubiertos por una fina y transparente media. Los pequeños deditos acababan en unas uñas perfectamente recortadas, pero sin pintar. Joss los miró embobado, pensando que eran lo más hermoso que había visto jamás.

     

    - Mis zapatos son tu regalo de promoción. - Dijo Susana suavemente.

     

    Joss levantó la vista y miró a la mujer. Los zapatos. Los zapatos de Su Señora. Aquello era algo sagrado. Joss tardó varios segundos en asimilarlo.

     

    - Mi Señora - Dijo entrecortadamente - este regalo es excesivo... Para mí es como el Santo Grial.

     

    Susana no pudo contener una sonrisa ante aquella comparación. Sabía que sería algo importante para él.

     

    - Los colocaré en mi cuarto, junto a mi cama - dijo Joss - en un pequeño santuario.

    - Claro que lo harás - dijo Susana - Y cada día, antes de acostarte, con los aros todavía colocados, acercarás tu pene tanto como puedas a ellos, sin llegar a tocarlos, y te masturbarás durante una hora.

     

    Joss la miró boquiabierto. Masturbarse frente a una reliquia de Su Señora. Él lo habría considerado un insulto, pero Susana no solo le daba permiso, sino que se lo ordenaba.

     

    - Deberás masturbarte hasta llegar al punto de eyaculación y parar. Una y otra vez. - Susana cogió los zapatos y los guardó en la caja de zapatos. Entonces se la entregó a Joss.

    - Sí, Mi Señora. - Dijo Joss ensimismado ante la idea.

    - No siempre te observaré mientras lo haces, así que podrías engañarme. - Dijo Susana. Joss la miró sobresaltado. - O podrías eyacular para aliviar tu necesidad.

    - Mi Señora - Dijo Joss alarmado, se agachó y colocó su cabeza junto a los pies descalzos de Susana. - Juro que sus ordenes serán cumplidas al pié de la letra. - Miró a Susana y vio como la mujer le devolvía la mirada con gesto serio. - Mi Señora, como ofrenda a usted, me masturbaré 3 horas, en lugar de 1. Haré que no se arrepienta de su decisión de nombrarme mascota.

     

    Susana lo miró pero sólo dijo: - Ahora vete.

     
      Posted on : Oct 19, 2012
     

     
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