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    El Lado Oscuro de Susana - Parte 06

    En pocos segundos Joss había pasado por varias fases, las cuales le sirvieron para darse cuenta de lo mucho que deseaba a Susana.

     

    Había dudado de ella, de lo que él hacía aquí sometiéndose a los absurdos deseos de aquella mujer. Al borde de la eyaculación se dio cuenta de lo que significaba desobedecerla. De lo importante que era para él complacer a Susana. Imaginar fallarle, no cumplir con sus expectativas, fue tan terrible que consiguió sacar fuerzas de no sabía dónde para evitar correrse. Por último, ver el mínimo destello de satisfacción en los ojos de la mujer le había convenció por completo. Sintió un orgullo desmedido al pensar en que había satisfecho, aunque fuese levemente, a su Señora.

     

    Por primera vez desde que entró en aquella casa sabía con total seguridad que deseaba servir a Susana. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Sus genitales pertenecían a Susana y nunca eyacularía antes de obtener su permiso expreso.

     

     

    Aquella fugaz mirada de satisfacción era lo único que deseaba. La promesa de otra de aquellas miradas era suficiente para arrostrar cualquier cosa. No importa lo que costase o doliese, Joss estaba dispuesto a hacerlo.

     

    Pensando en todo esto, se dispuso a cumplir con sus tareas. Se dirigió hacia el armario para sacar sábanas limpias, pero se detuvo. Cuando Susana saliese de la ducha, deseaba desayunar. No quería que su Señora esperase ni un segundo en ver cumplidos sus deseos, así que se dirigió a la cocina para preparar el desayuno.

     

    Una vez allí reparó en que no conocía los gustos de su Señora. Contrariado, decidió que no podía fallarle ni siquiera en lo más mínimo, así que prepararía casi de todo.

     

    Preparó café, leche caliente y fría y exprimió varias naranjas para hacer zumo. Al ir hacia la terraza para colocar la mesa se dio cuenta que era de día, lucía el sol y la terraza no tenía ningún tipo de barrera que impidiese la visión desde el exterior.

     

    Cualquiera podría verle, desnudo, con únicamente el collar de mascota que Susana le colocase la tarde anterior.

     

    Tras una pequeña vacilación, decidió que no le importaba, salió fuera, erguido y decidido. Era el orgulloso siervo de Susana. Y estaría encantado de que cualquiera que mirase lo supiese.

     

    Colocó un pequeño mantel en la mesa exterior y dispuso los cubiertos y la vajilla, y los recipientes con el café, la leche y el zumo.

     

    Se sentía eufórico, la idea de servir a aquella mujer lo excitaba. Su pene vibraba erecto y muy duro. Volvió a la cocina y colocó cereales en un bol, varias pastas sobre una bandeja y las sacó a la terraza. Deseaba que Susana pudiese elegir lo que más le apeteciese. La idea de que ella desease algo específicamente y no lo tuviese le azoraba.

     

    Por último, decidió preparar tostadas. Inicialmente cogió pan de molde y sacó la tostadora, pero pronto se reprochó a sí mismo que su Señora merecía mucho más que aquella basura prefabricada. Así que decidió preparar las tostadas de forma manual, cogió pan de hogaza que encontró en una alacena, lo cortó en rebanadas y lo tostó en el horno.

     

    Una vez estuvo bien tostado, lo llevó a la terraza junto con mantequilla y mermelada.

     

     

    Susana salió de la ducha y se dirigió al salón. Allí vio como Joss llevaba la última bandeja con las tostadas y la mermelada y la dejaba sobre la mesa. El chico se colocó firme junto a la mesa y la miró.

     

    - Mi Señora, su desayuno está listo.

     

    Susana si dirigió hacia la terraza y observó con ligero asombro la mesa. Aquel esclavo había realizado un gran trabajo. Normalmente los esclavos no eran capaces de preparar un desayuno como aquel. La mayoría eran brutos que jamás había entrado en una cocina para hacer nada más complicado que un huevo frito.

     

    Pero en la mesa que Joss había preparado Susana pudo detectar cierto estilo, la forma en que había dispuesto los cubiertos y vajilla, todo lo que había colocado sobre la mesa, no había olvidado nada, las tostadas hechas con pan de hogaza y al horno en lugar de con pan de molde y en la tostadora.

     

    Lentamente, Susana se sentó a la mesa y comenzó a desayunar. De tanto en tanto miraba brevemente a Joss, firme, con las manos a la espalda y con el pene muy erecto.

     

    La mujer comenzó a sentirse levemente halagada. Aquel esclavo llevaba casi un día con el pene furiosamente erecto, únicamente con el estímulo de estar cerca de ella.

     

    Además había superado todas las pruebas hasta ahora, no solo eso, sino que las había realizado con una dedicación y delicadeza como nunca se había encontrado. Todos los esclavos que había tenido tenían algo en común y era el componente sexual de su sumisión.

     

    En todos ellos, mejores y peores, Susana podía detectar el deseo sexual, la servían y obedecían en previsión del sexo. No era de extrañar que ninguno lo consiguiese, pensó Susana. Para ellos la sumisión sólo era una forma como otra cualquier de llegar al sexo.

     

    Inicialmente en Joss también había sentido ese deseo sexual pero, poco a poco, notó como se había diluido. Podía notar como el chico deseaba servirla. Ahora mismo estaba allí, de pié junto a ella, preocupado porque le complaciese el desayuno, había olvidado el componente sexual.

     

     

    Aquello era lo que le mantenía en aquel estado de brutal excitación. Estar cerca de ella, servirla, sentir como sus acciones la complacían. Aquello le proporcionaba placer.

     

    - ¡Te dije que me gustaba!, ¡Que podía ser él! - Por primera vez la ilusión y la ingenuidad de la Susana pequeña y enamoradiza se le contagió. Pero pronto la Susana dura y cruel volvió a tomar el mando. - Este esclavo todavía tiene que demostrar mucho.

     

    Cuando hubo acabado el desayuno se levantó y se dirigió a Joss:

    - Estaré en mi estudio. Termina tus tareas, desayuna algo y descansa un rato. - Sin esperar respuesta, se alejó.

    - Sí, Mi Señora. - Dijo Joss a la espalda de Susana.

     

    ***

     

    Joss estaba seguro que había impresionado, aunque fuese un poco, a Susana. Sabía que el desayuno la había complacido. Aunque su indiferencia le había desilusionado. ¿Que esperada? ¿Que ella le sonriese y le agradeciese profusamente su trabajo? ¿Quizá un gesto de complacencia?

     

    Aunque, por otro lado, era su obligación hacer que Susana se sintiese complacida. ¿Acaso debía esperar reconocimiento por hacer lo que era su obligación? Había cumplido con el mínimo exigible; complacer a su Señora. Súbitamente se sintió estúpido por pensar que alguien como ella se mostraría eufórica ante algo tan tonto como servirle el desayuno. Si quería arrancarle un gesto, por mínimo que fuese, debía hacer mucho más.

     

    Pensar en servirla y en complacerla hizo que su pene se endureciese aún más y diese un respingo. Decidido, comenzó a recoger la mesa. Una vez hubo llevado todas las cosas a la cocina, se puso a fregarlas.

     

    Mientras lo hacía imaginaba a Susana observándole, imaginaba miradas y gestos complacidos. Aquellas ideas le excitaban. Al acabar de fregar se dirigió hacia la habitación de su Señora.

     

    Caminando hacia allí se dio cuenta de algo. No pensaba en Susana en términos sexuales. Pensaba en servirla, imaginaba su servidumbre y aquellos pensamientos le excitaban más aún que cuando, otras veces, tenía pensamientos sexuales con otras chicas.

     

    No es que Susana no le atrajese sexualmente, al contrario, su cuerpecito pequeño, casi de niña, su carita de ratilla. Pensar en ella le excitaba sí, pero pensar en servirla y estar a sus pies le producía un placer a años luz de distancia.

     

    Ya en la habitación, y con su pene vibrando de excitación, Joss quitó las sabanas de la noche anterior y las metió en el balde de la ropa sucia que había en el cuarto de baño. Vio que estaba bastante lleno y decidió que después metería toda esa ropa en la lavadora.

     

    Seguidamente, sacó del armario que le había indicado Susana hacía un rato un juego de sábanas limpias. Cuando iba a colocarlas en la cama, decidió que Su Señora no podía dormir en unas sábanas recién sacadas del armario, ligeramente arrugadas. Así que cogió la tabla de planchar y la plancha y alisó cuidadosamente las sabanas. Cuando consideró que estaban perfectas, las colocó en la cama.

     

     

    Tras esto, introdujo la ropa sucia en la lavadora y la conectó. Al volverse, Susana estaba en pié frente a la puerta. Muy seria y con los brazos cruzados sobre su pequeño pecho.

     

    - Has demostrado que sabes servir. - Dijo mirándole fríamente - Pero para ser mi esclavo, todavía tienes que demostrarme mucho. Creo que es hora de pasar a la siguiente fase.

     
      Posted on : Oct 14, 2012
     

     
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