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    El Lado Oscuro de Susana - Parte 03

    Joss pensó que Susana había nacido con aquella fusta de cuero entre sus pequeñas manos, pues la manejaba con asombrosa precisión. Vio como la mujer movía su muñeca y un instante después una oleada de dolor surcó su bajo vientre, cuando la vara golpeó sus testículos.

     

    Con las manos atadas a la espalda y el collar alrededor de su cuello, Joss se sabía en manos de aquella mujer. Su desnudez e indefensión frente a Susana, vestida con sus habituales ropas puritanas, le excitaba tremendamente. Se había entregado a la pequeña mujer y estaba dispuesto a servirla incondicionalmente.

     

     

    Otro golpe le hizo gemir e inclinarse ligeramente hacia adelante. Sus testículos ardían de dolor. Susana le miraba seria, sin dejar escapar ninguna emoción. Joss se había entregado a ella, sí, pero eso no significaba que el sentimiento fuese recíproco. La propia Susana había dicho que debería demostrar que la merecía y Joss sabía que aquello no era más que la primera prueba.

     

    Tras el enésimo golpe, Joss miró al techo apretando los dientes para no gritar. Apenas un gemido se escapó entre sus labios. Pese a que sus testículos estaban doloridos, su pene se mantenía furiosamente erecto. Pero no le excitaban los golpes, después de todo no se consideraba un masoquista, lo que extrañamente le excitaba era la propia presencia de Susana.

     

    Nunca había sentido algo parecido, aquella pequeña mujer parecía ejercer una atracción magnética. La miró allí, delante de él, firme y seria, vestida con aquella ropa en las antípodas de lo sexy y su sola visión hizo que una oleada de excitación recorriese sus genitales. Había estado con chicas mucho más atractivas que Susana pero, incluso teniéndolas desnudas, sobre la cama, nunca antes se había sentido como ahora.

     

     

    ***

     

    Susana estaba agradablemente sorprendida aunque, por supuesto, no dejó que se notase externamente. Aquel estúpido no era el primer hombre que estaba en esta situación, pero la pertinaz erección que había lucido desde que se desnudó sí que era una novedad para ella.

     

    ¿Acaso sería uno de esos masoquistas que disfrutaban con el dolor? A Susana no le gustaba esa clase de hombres. El dolor debía servir como acicate, como elemento corrector. Cuando a un hombre le gustaba que le pegasen, se perdía un elemento básico para su educación.

     

    Pero Susana no creía que fuese eso, Joss respondía a los azotes, el dolor no le complacía, pero su pene se mantenía orgullosamente erecto. Le azotó los testículos varias veces más con fuerza. Ponerse al servicio de una mujer es fácil, pero aceptar totalmente lo que este servicio implicaba es algo muy diferente.

     

    Muchos hombres habían renunciado en este punto. La previsión de sexo puede hacer que en un hombre diga cualquier cosa, por eso Susana comenzaba con esta azotaina. El esclavo comprendía que no habría sexo, ni placer, pero sí mucho sufrimiento. Pocos lo aceptaban.

     

    Pero Joss se mantuvo firme, apenas abrió la boca más que para proferir algún gemido ahogado. Susana le azotó más que a ningún otro. Sin saber exactamente la razón, se sentía furiosa. Quizá fuese que no le gustaban las novedades, se jactaba de conocer con mucha antelación la reacción de sus esclavos, rara vez la sorprendían. Sabía perfectamente que Joss iba a superar esta primera prueba, pero no se esperaba que lo hiciese tan bien. Tras varios furiosos azotes más, Susana paró.

     

    ***

     

    Sentía los testículos como dos bolas de fuego. Cuando vio a Susana dejar la fusta, sintió un tremendo alivio. Su pene seguía muy erecto y el mirar el cuerpecillo de Susana al girarse y dejar la fusta sobre la mesa, sólo hizo que aumentase su erección.

     

    Vio como Susana se volvía hacia él, lo miraba unos instantes y se ponía frente a él con los brazos cruzados sobre su pequeño pecho.

     

    - Has superado la prueba, esclavo. - Dijo la mujer con cierto desprecio. - Parece que mereces la oportunidad de intentar demostrar que eres digno de mi atención.

    - Sí... - Joss intentó decir algo, pero Susana le cortó con un bofetón. Su mano fue tan rápida que apenas la vio venir.

    - Jamás hables sin permiso, necio. - Digo Susana severamente. - A partir de este momento, eso - y señaló con un dedo los genitales de Joss - ha dejado de pertenecerte.

     

    Joss asintió lentamente mientras miraba la pequeña mano de Susana, señalando su erecto pene.

     

    - Y dado que no es de tu propiedad - continuó Susana - no tienes derecho a tocarlo, ni a hacer nada con él, sin mi permiso expreso. ¿Has comprendido, esclavo?

    - Sí. - Susana le miró un par de segundos y le abofeteó de nuevo.

    - Eres mi esclavo, estúpido. Por lo tanto te dirigirás a mí como Mi Señora. ¿Has entendido?

    - Sí, Mi Señora.

    - Bien. Estas dos faltas que has cometido te serán perdonadas debido a tu falta de experiencia. Pero a partir de ahora mismo, cualquier falta comportará un castigo. - La mujer hizo una pausa y miró a Joss.

    - Sí, Mi Señora.

    - Espero que lo hayas comprendido bien. Odio la estupidez. - Se volvió y caminó hacia un pasillo que salía del salón. - Sígueme, veremos si realmente sirves para algo o sólo eres otro macho estúpido.

    - Sí, Mi Señora.

     

    Joss la siguió lentamente por el pasillo. Detrás de ella, con la cabeza baja, podía ver los pequeños zapatos de Susana y sus delgados tobillos. Esa simple visión le excitó e hizo que su pene se mantuviese duro y firme. La mujer se detuvo frente a una puerta, la abrió y encendió la luz. Con un gesto indico a Joss que entrase.

     

     

    Al entrar Joss vio que era un baño. Susana se colocó detrás de Joss y le desató las manos.

     

    - Ése es el cubo de mi ropa interior sucia, esclavo. - Susana señaló un pequeño balde con tapadera. - Me gusta que mi ropa interior sea lavada a mano. Ese será uno de tus cometidos a partir de ahora. - Susana se volvió y se marchó.

     

    Joss quedó solo en el baño, lentamente abrió el balde y observó su contenido. Vio una multitud de braguitas y sujetadores, un ligero olor salado a sudor llegó hasta su nariz. El íntimo olor de Susana, pensó. Una oleada de excitación recorrió sus genitales, su ya erecto pene dio un respingo.

     

    Nunca había mantenido una erección durante tanto tiempo sin necesidad de tocarse. La idea de tener a Susana cerca, su propia desnudez y el saberse bajo el control absoluto de la mujer lo mantenían en permanente excitación.

     

    Cogió una de las braguitas de Susana. Era pequeña y Joss recordó las delgadas caderas de la mujer y su pequeño trasero. Pensó en si ella debería comprar la ropa interior entre las tallas mayores de la sección infantil. Jamás había tenido tanta necesidad como ahora de masturbarse. Su pene estaba tan erecto que le dolía.

     

    Pensar en el placer que podría sentir si se masturbase ahora, en su estado de excitación actual, y con una braguita de Susana en la mano, casi le hizo olvidar que sus genitales no le pertenecían.

     

    ¿Porqué seguía allí? Susana le había tratado como a un pedazo de carne estúpida, no le permitía masturbarse y sabía que la previsión de tener sexo no podía ser más lejana. Tenía amigas con las que podría tener una buena sesión de sexo sin demasiada dificultad y sin ningún compromiso. ¿Porqué, pues, se prestaba a aquello?

     

    El tacto de las braguitas de Susana le trajo de dio la respuesta. Pese a que una parte de su cerebro se preguntaba todo aquello, otra gran parte, ayudada por su propio cuerpo no tenía dudas. Deseaba estar junto a Susana, no importaba lo que le costase.

     

    Miraba la braguita ensimismado, con un dedo tocó suavemente la parte frontal de la braguita, por su cara interna. Su pene ardía mientras pensaba que aquel pedazo de tela había acariciado el sexo de Susana.

     

    Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando un fuerte azote le alcanzó las nalgas. Joss gimió y se volvió para ver a Susana mirarle furiosa.

     

    - ¿Que coño haces, maldito pervertido? - Susana lanzó otro azote con su vara de cuero y alcanzó el lateral del duro pene de Joss. El hombre gimió y se inclinó hacia adelante. - No quiero que ningún depravado juguetee con mi ropa interior. Ahora, haz lo que te he ordenado.

     

    ***

     

    Susana miraba como el chico lavaba su ropa interior delicadamente. Le gustaba el cuerpo que tenía Joss. Pese a no ser un cuerpo escultural, Susana sabía que iba al gimnasio cada día y aquello se notaba. Debía reconocer que, de momento, lo estaba haciendo bien. Nunca había tenido ningún esclavo cuyo pene se mantuviese en erección constante tanto tiempo. Susana recordó que, desde que había llegado a su casa, había estado erecto siempre y sin necesidad de tocarse.

     

    Siempre que conocía a un nuevo esclavo una pequeña parte de ella, la inocente e ilusa Susana que habitaba en su interior, imaginaba que aquel era el esclavo que había esperado tanto tiempo. Pero esa vocecilla era acallada rápidamente por la Susana severa y realista. Los esclavos eran animales estúpidos que debían ser domesticados. Ninguno había resultado el que ella esperaba. De hecho, dudaba siquiera que estuviese esperando a alguno en especial.

     

    ***

     

    Cuando Joss hubo terminado, Susana le indicó que tendiese la ropa en la terraza. Cogió la ropa y se dirigió hacia allí. Pero entonces se detuvo un segundo, la terraza era grande y abierta, vio otros edificios alrededor. Pensó por un momento que iba desnudo y con un collar. Cualquiera podría verle. Entonces se volvió y observó a Susana, que estaba plantada en medio del salón, mirándole.

     

    La visón de la mujer disipó sus dudas. Se volvió sin vacilar y salió fuera. Cualquier cosa. Por ella.

     
      Posted on : Oct 14, 2012
     

     
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