En capítulos anteriores llegué a la Isla Leche Negra, donde los grandes hombres negros tratan como putas baratas a los pequeños hombres blancos como yo y donde había desaparecido mi amigo Cristian años atrás. Llegué a un hotel donde me dejaron quedarme y en el primer día tuve problemas en la calle: un grupo de hombres me intentó violar y llegó la policía pero, en vez de ayudarme, el oficial defendió a los demás y me llevó a la comisaría por "falsa denuncia". Afortunadamente, me dejó irme a cambio de que le chupe su enorme pene. Al rato, vino a "rescatarme" el maestro del hotel acompañado por su sirvienta "Sissy": un femboy que me había traicionado. De regreso a casa, el maestro se enfadó conmigo y sugirió que ahora podría empezar a trabajar para él...
Al llegar a casa de la comisaría, el castigo no fue inmediato. El maestro me dejó irme a mi habitación. Fui a mi habitación y me acosté sin cenar. A la mañana del día siguiente fui a bañarme. Llevé al servicio una camiseta roja, calzoncillos, zapatos y pantalón negro. Sin embargo, cuando terminé de bañarme, abrí la cortina y encontré que mi ropa ya no estaba. Salí hacia mi pieza con una toalla blanca tapándome y me agaché en cuatro patas para buscar mi equipaje. Se me paró el corazón: todo mi equipaje estaba desaparecido. De pronto, escuché la puerta atrás mío. Me paré y me dí vuelta: estaba el maestro de brazos cruzados parado delante de mí.
Maestro: ¿Qué pasó? ¿hay algún problema?
Yo: alguien tomó mis pertenencias ¡no tengo ropa para ponerme!
El maestro me miró en silencio.
Yo: por favor... amo... ¿dónde están mi ropa?
Maestro: Después de lo que hiciste ayer, no me dejaste otra opción que castigarte. Has perdido el privilegio de usar tus antiguas pertenencias. Sin embargo, como soy una persona comprensiva, anoche estuve pensando y decidí darte la oportunidad de que trabajes para mí. Serás mi nueva mucama. Trabajarás 9 horas al día en este hotel. No te preocupes por el alquiler: la mitad de tu sueldo ya lo cubrirá. La otra mitad de tu sueldo cubrirá los gastos que produces: luz, comida y el precio de tu nuevo uniforme.
Yo: ¿nuevo unif... nuevo uniforme... señor?
Atrás del maestro se abrió una puerta y entraron dos pequeños gemelos blancos muy jóvenes, apenas cruzando la mayoría de edad, con ropa rosa ajustada y apoyaron sobre mi cama una caja color rosa con un moño.
Maestro: Te espero en el hall en 15 minutos. Ah, y no saques la toalla del baño, los demás podrían necesitarla.
Rápidamente el maestro tomó el borde de mi toalla y tiró con fuerza. No me dió tiempo a reaccionar y de pronto estaba desnudo frente a ellos. Los gemelos se rieron.
Maestro: parece era verdad lo de pito chico.
Miré para abajo y ví mi pene de 3 centímetros ¡Acababa de bañarme! ¡a todos se nos encoje el pene en la ducha! No me puse a explicarles que mi pene cuando estaba erecto llegaba a medir hasta 6 centímetros y medio porque sabía que se iban a reír aún más. El maestro y los gemelos se fueron y quedé sólo en la habitación. Abrí la caja rosa y me encontré con mi nuevo uniforme: una ajustada ropa de mucama traidicional blanca y negra. Busqué calzoncillos para ponerme dentro de la caja. Obviamente no había ninguno: sólo unas pequeñas bragas negras que seguramente eran de una talla menor que la mía. "Tendré que pedir que me den otras más grande" pensé. Pero ahora no había tiempo de quejarse: no iba a bajar sin ropa interior entonces decidí ponerme esas pequeñas bragas. Me costó que entraran. A medida que subía mis piernas se ensanchaban y tuve que hacer fuerza en el final para que entraran en mis genitales. Cuando llegué al final, sentí que me apretaban firmemente. La parte de adelante apenas cubría mi pene y testículos que obviamente se veían por fuera mientras que la parte de atrás quedaba muy justa sobre mi trasero. Podía sentir la tela entrando por la raya.
Me agaché a tomar la suguiente prenda y sentí que las bragas se metían aún más dentro de mi trasero. Lo siguiente eran unas largas medias blancas casi transparentes. Me las puse y cubrían casi toda la pierna. Mis piernas parecían las de una mujercita. Esto sí que era humillante, pero no podía salir desnudo a trabajar. No tenía tiempo de pensar en un plan, debía terminar de vestirme en menos de 15 minutos: no quería que el maestro me castige con algo todavía más duro.
Me puse el conjunto de mucama: Un vestido negro en la parte de abajo con una especie de delantal blanco adelante con unas hombreras que apenas cubrían mis brazos y unas tiras negras que tuve que atar atrás de mi cuello. Al principio no lo ajusté demasiado y sentí que mis pezones tocaban la punta del vestido entonces lo ajusté más para que el vestido subiera pero la parte de abajo también subió y me dí cuenta de que mi trasero quedaba apenas cubierto. Sabía que si caminaba, el vestido se iba a mover y la gente podría ver parte de mi trasero. Ni hablemos de agacharme. Preferí, sin embargo, que se mi culo quede un poco descubierto en lugar de mis pezones. Era un vestido muy ajustado también, seguramente se habían equivocado de talle.
De calzado tenía dos tacones negros. Nunca en mi vida había caminado con tacos pero también es cierto que hasta el día anterior nunca había probado una polla. Esta isla me estaba haciendo pasar a la fuerza por muchas experiencias nuevas. Caminé un poco con mis nuevos tacones. Al principio me costó pero le cojí el truco. Estos zapatos hacían que mi trasero quede más levantado y que se ondule hacia un lado y otro cada vez que daba un paso. Parecía un poco más alto. Me senté en la cama y crucé las piernas. Nunca pensé que me vería tan femenino en toda mi vida. El detalle final era el lazo en la cabeza: más adelante descubriría que se llama Katiusha. No era imprescindible que lo tenga para estar vestido pero seguramente me lo iban exigir así que me lo puse de todas maneras.Salí de la habitación y caminé hacia el hall. A medida que me acercaba, todas las miradas se tornaban hacia mí con sorpresa, como una gringa bajando las escaleras con su vestido nuevo en la noche de graduación. El maestro me miró con una sonrisa.
Maestro: Miren qué bella es nuestra nueva mucamita.
Me sonrojé de vergüenza y puse mis manos en mi espalda.
Maestro: Inutil Pito chico, quiero que les muestres la habitación a nuestros huéspedes. Sube con ellos al ascensor y vé al segundo piso B.
Miré hacia mi derecha: eran una familia negra de cuatro. Unos altos padre y madre de unos 50 años, una pequeña hija jugando juegos en el móvil y un chico adolescente. El chico me miraba embobado y con lujuria, claramente. El padre me sonreía mucho y la madre me miraba con frialdad, como su fuera una roba maridos. Les sonreí y les pedí que me siguieran. Cuando estábamos todos en el ascensor, quedé dándoles la espalda y sentí al chico parado directamente atrás mío. Podía sentir su respiración exitada por encima de mi cuello y cómo su ropa rozaba con la mía. Seguramente nunca había estado con un mujer todavía y se moría de ganas de hacerlo.
Entramos a la habitación y se me ocurrió improvisar un pequeño tour por la pieza. Lugar que iba, lugar que el chico me seguía. Seguramente más tarde se iría a masturbar pensando en mí. Me fui del lugar no sin que antes el padre me diera una generosa propina y me sonriera. La madre cerró la puerta enfadada.
El siguiente lugar al que tuve que ir fue la habitación de un hombre viejo en silla de ruedas. Su nombre era Don Pijón y necesitaba que le conecten el televisor. Entré al lugar y me agaché a conectarlo. De pronto, atrás mío empecé a escuchar un ruido de tela moviéndose constantemente. Miré para atrás sin pararme: Don Pijón tenía mano adentro del pantalón y la movía con rapidez. Me dí cuenta de que, por la posición en la que estaba, mi trasero quedaba a la vista de él.
Yo: ¿Se está msaturbando?
Don Pijón: No, para nada, me pica la tripa.
"Si, como no" pensé para mis adentros. Me fui del lugar ni bien pude. Me sentía sucio y humillado.
El resto del día me las pasé haciendo quehaceres domésticos: llevando comida, limpiando habitaciones y terminé agachado en la puerta del hall limpiando las ventanas. En seguida, sentí que alguien me daba una nalgada. "¡ah!" exclamé, de una forma para nada varoníl. Era un inquilino que estaba saliendo y que salió antes de que pudiera verle la cara. Sin dudas no se fue rápido porque pensaba que lo que hizo estaba mal, sino porque para él era algo normal. Pensaba que iba a ser un caso aislado pero me equivoqué. Durante esos minutos que me pasé agachado, todos los hombres que pasaron al lado mío me golpearon en el culo. Mi reacción era siempre la misma: una exclamación que, aunque lo intentase, no podía evitarla y un movimiento en todo mi cuerpo que me hacía mover un poquito el pene.
Al final del día volví a la habitación y me encontré con Sussy, esa putita traidora.
Sussy: ¿Cómo estuvo ese primer día, querida?
Yo: ¿y a tí qué te importa?
Sussy: ¡Ey! ¡más tranquila! ¿sigues enfadada porque le dije tu mote a todos? no te pongas loquita: ya tendrás la oprtunidad de elegir tu propio nombre.
Yo: como sea ¿tengo que seguir utlizando el uniforme durante todo el día o puedo cambiarme ahora que terminé el turno?
Sussy: ¡claro que puedes cambiarte! aunque esta mañana te quitaron todo ¿no? te diré algo: para zanjar nuestras diferencias, te voy a prestar algo de ropa mía hasta que puedas comprarte algo nuevo ¿de acuerdo?
Media hora más tarde salí a un patio interno del hotel vestido con un shorcito de jean, camiseta blanca que no llegaba a cubrir mi hombligo y unos calcetines largos con zapatos blancos. Parecido a esta foto pero, en vez de la bandera, en el pecho tenía la frase "I love my daddy" con letras rosa.Me sentía agotado y muy angustiado. Me senté debajo de un arbol y me puse a llorar como una putita. ¿Qué se supone que estaba haciendo en ese hotel? ¡unos días atrás era un hombre hétero y ahora me estaba transformando en una especie de mucama sumisa y abusada!
Unos minutos más tarde, seguía llorando y sentí que alguien se acercaba atrás mío. Lo miré: era Porongo, el chofer del maestro que unas noches atrás lo ví teniendo sexo con Sussy.
Yo: ah, hola... no te había visto.
Porongo: Tranquila, puedes llorar. Es normal en los hombres beta como tú.
Porongo se sentó al lado mío.
Yo: Ese es el problema justamente ¡no soy un hombre beta! vine hasta esta isla para encontrar a mi amigo y ahora estoy atrapado aquí no sé hasta cuando. Me quitaron el móvil, me quitaron la ropa, me quitaron mi dignidad ¿qué se supone que tenga que hacer?
Porongo: No tenía idea de lo de tu amigo.
Yo: si, hace unos años que desapareció.
Porongo: Lo entiendo ¿y qué es lo que vas a hacer ahora?
Yo: no lo sé, me iría hasta la embajada de mi país y trataría de volver al mío. Esta búsqueda fue un fracaso y creo que debería irme.
Porongo: ¿y qué es lo que te detiene?
Yo: no tengo mi pasaporte, estaba en mi mochila y el maestro me quitó el privilegio de poseer mis antiguas pertenencias.
Porongo: Creo que sé dónde puede estar esa mochila.
Yo: ¿en serio?
Porongo: El maestro suele guardar las pertenencias de las nuevas mucamas en su habitación. El único problema es que está cerrada durante el día. El único momento en el que podrías entrar sería durante la noche mientras está durmiendo.
Yo: guau... no tenía idea.
Porongo: es lo que puedo hacer para ayudarte. No me gusta verte llorar. Eres una persona hermosa.
Yo: gracias ¿cómo te lo puedo agradecer?
Porongo: Espera, tengo algo para tí...
El hombre metió su mano en el pantalón y tomó algo abultado y largo. Por un momento pensé que iba a mostrarme su pene pero lo que hizo fue sacar una linterna negra de su bolsillo.
Porongo: Ya que no tienes tu móvil, puedes usar mi linterna esta noche.
Yo: gracias. La otra noche... pensaba que sólo me querías follar... como todos los demás.
Porongo: ¿lo dices porque te toqué el trasero? estaba jugando contigo. No sabía que estabas pasando por un momento difícil.
Yo: eres la primera persona que me trata bien en días.
Porongo levantó su brazo y me tocó el hombro. Lentamente, me acerqué a él y le dí un abrazo. Sé lo que estais pensando pero esto no era un impulso gay. Era una muestra de cariño y amor después de tanta humillación. Era lindo sentirse querido.
Yo: quiero que sepas que yo no soy gay. Hasta tengo una novia.
Porongo: Shh, shh... no tienes nada que explicarme.
Nos quedamos abrazados por unos minutos y me fui para adentro.
Esa noche, a las 4 de la mañana, me levanté de mi cama. De pijama llevaba unas bragas con corazones y la camiseta que Sussy me había prestado. Salí hacia el pasillo y me acerqué a la habitación del Maestro. Tenía que conseguir ese pasaporte. Abrí la puerta sin hacer mucho ruido y entré. No quería que nadie me viera y cerré la puerta una vez más. Encendí la linterna de Porongo. A lo lejos, vislumbré al Maestro durmiendo sólo en una cama tamaño King. Era un hombre muy grande y roncaba. Parecía un león dormido. Del otro lado de la habitación había un ropero grande. Me acerqué y lo abrí. Empecé a revisar los cajones. Al principio sólo encontré papeles y equipos de oficina pero cuando llegué al tercer cajón, encontré algo interesante: pasaportes y documentos de identidad. Empecé a revisar los pasaportes buscando mi cara y mi nombre y, entonces, descubrí algo que no me esperaba. Uno de los pasaportes era el de mi amigo desaparecido.
Yo: ¿Cristian?
Susurré muy bajo pensando que el Maestro no me escucharía pero me equivoqué.
Maestro: Q... qué?
Mierda. Mierda. Mierda ¿qué iba a hacer ahora? ¡este hombre me iba a matar! puse el pasaporte de Cristian entre mis bragas y mi trasero y cerré el cajón. Cerré el ropero y me dirigí hacia la puerta pero, cuando estaba pasando cerca de la cama del Maestro, se encendió la luz. El maestro se había sentado y había prendido la lámpara al lado de su cama.
Maestro: ¡¿qué estás haciendo aquí?!
Yo: yo...
Maestro: ¡ven aquí!
Inmediatamente me paré frente a él. El me dió una bofetada.
Yo: ¡ay!
Maestro: ¡¿qué es lo que traería a una puta sucia como tú a mi habitación a las 4 de la mañana?!
Miré hacia abajo. El maestro dormía con una musculosa y un calzoncillo negro. Sin pantalones de por medio, se podía sentir mucho más claro el fuerte aroma de sus genitales. Yo ya sabía lo que tenía que hacer.
CONTINUARÁ...